martes, 18 de octubre de 2011

No lo extrañes demasiado.

Aunque ya le habían advertido más de cien veces —¿o ya eran doscientas?—, el chico de desgarbada imagen insistía, cuando menos, en almorzar comida rápida. Era más un hábito que cualquier cosa, e incluso había perdido la delicadeza de decir “qué bueno está”. Las hamburguesas y las papas fritas se habían vuelto como el pan de cada día, casi literalmente.

—De verdad, eres… —Yuya prefirió cerrar la boca y mirar, decepcionado, al “robot-aoi”—. Mira que tu horario de trabajo no está tan apretado que cuando estabas en el concurso; no sé qué tanta necesidad de comer esas cosas.

—No tengo el gusto por la cocina como tú, hermano —masculló, subiendo sus piernas al sofá y llevándose otra hamburguesa a la boca—; ni tampoco tengo muchas ganas de andar cocinando.

—Hmmm… ¿y por qué crees que sea? —Alzó la vista un momento y sonrió, mientras regresaba a las pruebas de diseño en la computadora. Ritsu hizo un ruido parecido al gruñir de un perro enojado—. Es en serio, desde que esa pulga no viene de visita, estás de un humor… y mira que sólo ha pasado una semana; imagínate cuando se desaparezca por un mes.

El de las gafas rodó los ojos. ¿Por qué tenía que recordarle eso? Suficiente tenía con andar medio raro como para que, además, Yuya “ponga el dedo en la llaga”. Dejó su comida tirada en algún lado —como siempre— y atravesó la sala hacia el balcón.

—Se me fue el apetito —respondió a los ojos interrogantes de su hermano. Luego corrió la puerta del balcón tras de sí. Miró las estrellas e, instintivamente, apoyó los codos en el balcón. Suspiró, y luego cerró los ojos. De pronto, la bolsa de su suéter vibró; abrió el celular sin ver quién y dejó salir, en un hilo de voz:— ¿Habla Ritsu, diga?

—¡¡Emociónate más!! —chilló la bocina; el de cabello azabache sonrió— ¡Llevas una semana sin verme! ¿No podrías hacer el esfuerzo? ¡Tonto!

Aoi se dejó caer al piso; no podía evitar reírse por la sarta de irrelevantes cosas que el castaño estaba diciendo; escuchó atento a lo que decía, con la sonrisa ya tatuada en el rostro.

—¡¡Oye, Ritsu!! —gruñó; seguramente estaría inflando las mejillas. Ritsu sólo hizo un ruido en contestación— ¡Di algo, ¿quieres?!

—Extrañaba escuchar tu voz.

—¡Eso es obvio! —Se burló—. Dime algo que no sepa. Buenas noches.

¿Y él es el frío…?

&.

—¡Hoy cociné para ti! ¿¡Y aun así vas a comer esa basura!? —lloriqueó Yuya, mientras veía a su hermanito tragarse las papas de a cinco en cinco.

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